Bienvenidos a mí mundo

Bienvenidos todos a La Creadora de Soles, un blog de relatos en diferentes universos, algunos son mundos que ya conocéis y otros los he creado yo, pero todos los relatos son originales (o intentan serlo).

¿Por qué el nombre? Es el título del libro en el que estoy trabajando y que quizás algún día vea la luz (crucemos los dedos)

Así que visitante ponte cómodo, disponte a leer y cuando termines y si gustas, deja un comentario. ¡Puedes criticar los relatos o decir que te han parecido!

viernes, 10 de agosto de 2012

LA NAVIDAD DE ALI

Un cuento de navidad que fue publicado en la revista nosolofreak en el número de diciembre
--------------------------------------------------------------------------------------------
LA NAVIDAD DE ALI
Las calles estaban vacías, polvorientas y extrañamente silenciosas a pesar de ser la hora del mercado. Sin embargo, la paz era irreal, muy irreal. Tan solo estaba producida por la explosión de un artefacto, que había matado al menos a veinte personas, otras cinco morirían en los días siguientes.
El único observador visible, David, escupió a un lado. Las palabras “misión de paz” habían perdido todo el significado para él, siendo ahora una gran mentira. Pero no era la única, en el campamento español se estaba celebrando otra: La Navidad.
Navidad…, mientras en occidente la gente devoraba la comida que serviría para alimentar a un regimiento de personas de aquella ciudad, que claramente la necesitaban más; mientras que con el dinero de todos los regalos de un solo barrio en Estados Unidos, se podían reconstruir casas allí en oriente; centenares de personas morían mensualmente. Pensar en la comida y en la Navidad le hacía vomitar.
Caminó entre las casas que tenían las cortinas y las persianas cerradas. Aún así podía sentir sobre su cuerpo las miradas de los civiles clavadas en su vestimenta. Porque a pesar de que vestía de paisano, su tez, sus formas y su ropa abultada, lo delataban como un soldado. Aún así no estaba del todo desprotegido. Debajo de la camisa, pegado a la piel sudada por el calor, llevaba un chaleco cuyo peso le daba una seguridad relativa. Si una bomba explotaba, daría igual, en el mejor de los casos acabaría como Víctor: en una silla de ruedas.
Se palpó la camisa a cuadros para sacar de su pecho un paquete de cigarros. Lo abrió, descubriendo que quedaban solo tres, sacó uno y rebuscó entre sus bolsillos del pantalón vaquero, el mechero.
-Maldita sea, maldita mi suerte, maldito Occidente, malditos todos-murmuró, se llevó el cigarro a la boca y cubrió con su mano la llama que trataba de apagar el viento. Cuando por fin lo hizo, aspiró con fuerza, notando el alivio de la nicotina en cuanto pasó por sus pulmones-. Mierda.
Aquella palabra soez estaba producida por un niño que llegaba desde la esquina opuesta de la calle: de tez morena, delgado, vestido con unas ropas blancas y maltrechas. A pesar de su aspecto desarrapado sus pasos eran rectos y decididos. Estaba dirigiéndose hacia él. Volvió a aspirar y por unos instantes pensó en la navaja del ejército que llevaba cruzada en la correa del cinturón.
“Por Dios, David, es solo un niño”.
Un niño, ¿cuántos había visto morir por la explosión de una bomba que llevaban pegada en el cuerpo? Demasiados. Pero él no quería ser un asesino, no, mentira, ya lo era.... Había matado, ¿a cuántas personas? El niño superó la distancia de seguridad, pero aún así David no se alejó, siguió fumando hasta que el muchacho le alcanzó.
-Señor, ¿tiene algo de comer?
Se tendría que haber sentido aliviado, pero aquello no hizo más que empeorar la situación. No era un niño bomba, era de los otros pero al menos aquel sabía inglés. Continuó mirando al chico, quién tenía la mirada cargada de esperanza puesta en su propio reflejo en las gafas de sol.
-¿Sabes qué? Hoy me siento generoso-le respondió el soldado-ven.
Le cogió de la mano y se dirigió hacia el bar más cercano, cuya puerta estaba cerrada, la terraza vacía y, donde, dudaba bastante que le ofrecieran algo de comer. Pero al menos, lo intentaría.
Por un momento pensó en que diría Lorenzo, su compañero, al que le había cambiado la guardia para que pudiera acudir a la cena de Nochebuena con la “Señora Ministra”. Su mente escupió algo parecido a “vete a la mierda, hijo de puta, tú que tienes estómago para ir".
Indicó al niño que se sentara en la silla, mientras él comenzaba a aporrear el cristal con fuerza gritando las pocas palabras en árabe que conocía:
-Salga, por favor.
Nunca las había usado juntas, normalmente decía algo así: “abra la puerta si no quiere que la tiremos abajo”.
Cuando ya pensaba que tendrían que cambiar de restaurante, una mujer le miró a través del cristal. Abrió una rendija y dijo en un inglés peor que el suyo:
-¡Cerrado!
-¡Comer! ¡Comida!-gritó el soldado ignorando sus advertencias, señalando a su compañero y a él mismo-¡Mucha comida!
La mujer negó con la cabeza e hizo un amago de cerrar de nuevo la puerta, sin embargo, David empujó la madera con fuerza, sacó de su bolsillo la cartera y puso en la mano de la mujer dinero suficiente como para alimentar a un regimiento. Por fin la mujer obedeció y se metió corriendo en el comedor.
Se sentó frente al niño, apagó la colilla en el centro de la mesa y miró sus ojos castaños que volvían a estar fijos en él.
-Bueno, ¿cómo te llamas, muchacho?
-Ali.
David cogió el paquete y encendió un nuevo cigarro, mientras sus ojos azules como el hielo aguijoneaban al niño, que no debía tener más de quince años. Finalmente Alí le dijo:
-Creía que hoy celebraban algo así como Natidad.
-¿Eh?-gritó el soldado, puesto que el inglés de ninguno de ellos era bueno.
-¿Navidad?
-Ah, no, no, no. Ni soy religioso, ni creo en las mentiras. ¿Tú crees en las mentiras?
El niño negó con la cabeza algo avergonzado y triste, encontrando algo de consuelo en la mujer que les llevaba dos botellas de coca cola y una de vino, olivas y unas patatas. Pero David no parecía muy dispuesto a comer, se llenó la copa de vino y empujó la comida hacia Ali.
-Come-le dijo.
El niño obedeció. Comió con las manos llenas, devoró cada trago como si fuera el último y como si el mundo se fuera acabar mañana mismo. Y posiblemente así fuera para él. David lo miró casi con repulsión, no hacia él, sino hacia lo que su propia sociedad había creado.
-Cuéntame un cuento sobre la navidad-le pidió el niño.
-¿Eh? ¿Estás sordo o loco? Odio la navidad, la Odio, no puedo con ella, en serio. ¿De qué quieres escuchar el cuento? ¿Sobre Papa Noël? Paparruchas. Un tío gordo, que viaja en trineo y da regalos a los niños. Por cierto, los reyes magos son de tu tierra, ¿los conoces?- el niño se apresuró a negar con la cabeza-.Yo tampoco.
-Si quieres te cuento yo una historia-dijo Alí.
La mujer, ajena a la conversación sobre la navidad, seguía sacando platos y llenó la mesa para alimentar a un centenar de niños como Ali.
-¡Eh!-la mujer se sobresaltó y se volvió hacia él aterrorizada-¿tienes familia? Alí, traduce mis palabras, por favor.
La mujer se encogió al escuchar al niño, se arrodilló y empezó a suplicar por su vida y por la de los suyos.
-Jesús, María y José-susurró el soldado, apagando la colilla al lado de la primera- se levantó, cogió a la mujer de las manos y la obligó a ponerse en pie-. Llama a tu familia, y compartid la mesa con nosotros.
Supuso que toda la calle le había oído, puesto que había gritado, parándose en cada sílaba, intentando hacerse entender. Sin embargo, Ali era un chico listo y le tradujo rápidamente sus intenciones. Cuando por fin la mujer volvió, lo hizo con cinco niños y el que supuso era su marido, con dulces árabes y más platos. Por primera vez en mucho tiempo a David le pareció que estaba presenciando una verdadera comida navideña.
Cuando ya llevaban un buen rato comiendo en un silencio tan cortante como el viento del Sáhara, Alí dijo:
-Entonces, ¿queréis escuchar la historia?-David, que había empezado un tercer cigarrillo, tiró el humo hacia un lado y finalmente accedió a su ruego- la he creado yo con todo lo que me han contado los soldados sobre la navidad.
Era una vez una familia que vivía en un establo, cuyas únicas pertenencias eran: un buey y una burra. Creo que él era carpintero, pero no tenía suficiente dinero para tener una casa, así que vivían en el establo de un hombre llamado Ángel”.
La carcajada del soldado, seguida por una tos, se dejó oír en la calle vacía, se limpió las lágrimas que caían por sus ojos y finalmente le hizo un gesto para que siguiera hablando.
Vivían como podían, pero eran felices. Sin embargo, María, la mujer, tuvo un hijo, al que llamaron Jesús. La  familia era tan pobre, tan pobre, que casi no tenía dinero para mantenerlo. El niño lloraba, la mujer lloraba, el hombre lloraba….
Y el resto de ciudadanos se compadecieron: cada uno de ellos puso un poco de lo que tenía para ayudar a la familia, pues así obligaban sus costumbres sobre la hospitalidad. Algunos trajeron comida, otros pañales, otros a la matrona, así poco a poco la familia consiguió salir adelante.
Cada año se celebra en occidente, en honor a esa gente que puso un poco de si misma para ayudar a los demás, una fiesta, donde todo el mundo regala un poco de si mismo a sus seres más queridos.
Cada una de las bombillas representa la luz de la esperanza, cada árbol que se planta una alusión a la vida y los regalos que se dan la generosidad de las personas.
El soldado miró fijamente al niño, el último cigarro se había consumido y prácticamente no le había dado ninguna calada. David aún así apretó contra la mesa los restos de la colilla, apartando la mirada de Ali, que esperaba su opinión.
El soldado no se la dijo, se recostó contra la pared de madera y fijó su mirada en el sol que iba poniéndose en el horizonte que formaban los tejados. La familia que los acompañaba alabó sin embargo la historia en su propio idioma, recordándole al niño la importancia de la hospitalidad.
La familia entera se volvió cuando el soldado se levantó, poniendo otros cinco billetes encima de la mesa y se dirigió al interior del bar donde había una cabina de teléfono. Descolgó y sacó varias monedas que fue echando una a una en el cajetín. Luego marcó, esperó a que los tonos le dieran señal y entonces dijo:
-Feliz Navidad, Mamá.