Bienvenidos a mí mundo

Bienvenidos todos a La Creadora de Soles, un blog de relatos en diferentes universos, algunos son mundos que ya conocéis y otros los he creado yo, pero todos los relatos son originales (o intentan serlo).

¿Por qué el nombre? Es el título del libro en el que estoy trabajando y que quizás algún día vea la luz (crucemos los dedos)

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domingo, 29 de julio de 2012

El Dragón, la Loba y el Ciervo

Este relato basado en juego de tronos apareció en la revista de Abril de no solo freak:
http://www.myebook.com/ebook_viewer.php?ebookId=122580


RHAEGAR TARGARYEN

El día había amanecido lluvioso. La humedad siempre presente en Harrennhal se había condensado, dejando caer a primera hora de la mañana gotas grandes y pesadas, como si todavía recordara el cielo los horribles hechos que habían acaecido a sus moradores durante siglos desde su construcción y la llegada de los dragones.
 Aún así la fiesta proseguía y en Harrentown ignorantes de los tejemanejes que se llevaban los nobles en lo alto del acantilado, los ciudadanos observaban intranquilos la llegada de los estandartes rojos y negros: sangre y fuego, rezaban. Era como si todavía pudieran recordar que aquellos eran los descendientes de los que habían calcinado a toda la familia de Harren el Negro en su propia torre, nada más finalizar su construcción.
Tan orgulloso como hermoso, trayendo el recuerdo a aquellas gentes, en el centro de la formación frente al carromato que transportaba a toda su familia, Rhaegar Targaryen, hijo de Aerys el loco, viajaba. Vestía una armadura brillante que resaltaba el color de sus ojos violetas, el cabello tan rubio que parecía blanco, lo llevaba recogido y su frente estaba hermosamente adornada por una diadema de oro y brillantes que destacaba frente a su sobrevesta roja y negra.
-¡El príncipe Rhaegar Targaryen! ¡Hijo de Aerys, el segundo de su Nombre, Rey de los siete reinos, protector del Reino!
El aludido bostezó ligeramente, escondiendo aquel gesto tras su guantelete plateado, la gente había formado una larga fila y ahora se inclinaba doblando la espalda ante su paso. Probablemente y si los rumores no habían sido suficientemente rápidos, su presencia era toda una sorpresa.
Rhaegar Alzó los ojos y miró hacia lo alto del acantilado que se elevaba sobre el mar y sobre el pueblo, los estandartes de los siete reinos se mecían bajo la tempestad que se aproximaba desde el océano que descargaba la furia sobre su armadura y su caballo, haciendo cada vez más pesada la capa que llevaba a su espalda. A pesar de ello, el príncipe no se cubrió la cabeza con la capucha.
Tiró de las riendas ligeramente para ponerse a la altura del carromato y esperó a ver el rostro de su mujer, Elia Martell, para inclinarse ligeramente y sonreír a la criatura que llevaba entre los brazos. Solo entonces miró a su esposa.
-Vas a participar-no era una pregunta, el príncipe ignoró su  ligera irritación y observó con detenimiento a un hombre alto y ancho de espaldas, de pelo negro azabache entrar en un burdel. Sonrió divertido.
-¿No era ese Robert Baratheon? ¿No se había comprometido con Lyana Stark? Me pregunto que dirán sus hermanos
-¿Los de ella o los de él?-preguntó Elia con sarcasmo, acercó el niño a su pecho y comenzó a darle de mamar.
Él soltó una sonora carcajada y retrasó más su caballo, dirigiendo una mirada violácea despectiva hacia uno de sus sirvientes:
-Haz correr la voz, mientras los Stark de Invernalia juegan al Juego de Tronos en Harrennhal, su futuro cuñado quema las calorías de la bebida y el exceso de comida en un burdel.
Cuando volvió al carromato la lluvia había cesado, la mujer lo miraba intensamente, aunque una sonrisa irónica había aparecido en su rostro.
-Cariño, sabes perfectamente que los Stark no juegan, son demasiado leales, honorables, como los perros. Me pregunto porque los siete dioses los dejaron gobernar alguna vez en el norte.
El silencio regresó a ellos como un manto incómodo, el príncipe obligó a su caballo a marchar más deprisa hasta alcanzar la parte delantera de la formación y observó con atención la negra construcción, tratando de imaginarse en una noche oscura las naves de sus antepasados pisando los siete reinos y enviando por delante a sus dragones para hacerse dueños de todo.
Cuando por fin alcanzaron las puertas, la voz había corrido por fin por todo el castillo y cuando la orgullosa figura del dragón cruzó las puertas, una marabunta de sirvientes, cortesanos y temerosos vasallos le rindieron cuentas ensalzando la figura de su padre y de su familia, aunque Rhaegar no desconocía como llamaban a su padre a sus espaldas.
Miró con atención a los Stark, que había acudido mientras él desmontaba de su alazán negro, ignorando la invitación de uno de los sirvientes. Les dedicó una sonrisa socarrona que probablemente ellos no comprendieron y solo entonces, se acercó al Lord Whent, señor de la fortaleza, que se frotaba nervioso las manos mientras se deshacía en halagos y disculpas por el desconocimiento de su presencia. Aquello provocó que su sonrisa se ensanchara.
-He venido para participar en el torneo, Lord Whent, necesitaré de sus mejores habitaciones para mi y para mi familia y por supuesto alojamiento y comida para mis hombres.
Se detuvo, puesto que sus ojos violetas se habían cruzado con los de una figura menuda que acababa de hacer acto de presencia en la entrada a la fortaleza. Era joven, pálida como el mármol, sus ojos grises hablaban de las nieves y del frío del norte, hablaban del hielo y del muro.
-Lyana Stark-susurró Rhaegar.
Fueron solo unos segundos que ambos compartieron y de los que nadie más se percató, su rostro estaba enmarcado por la tristeza, sus ojos grises habían perdido el brillo que toda vida contenía y solo le faltaban las lágrimas para destrozar un poco más su corazón.
Mientras se volvía hacia Lord Whent, la ira del dragón le encendió el corazón al pensar en Lord Baratheon, en el burdel de la ciudad, su mano derecha se aproximó al pomo de la espada, sobre la que se cerró y se abrió, como buscando el mejor camino para desatar al animal que llevaba dentro y le quemaba las entrañas. Su padre siempre hablaba de él, pero él nunca lo había entendido, hasta aquel mismo instante.Se juró que de alguna manera, por los siete dioses, libraría a aquella mujer de las garras del mujeriego y borracho prometido. Tan frágil, tan inocente, no quería saber que sería de la pobre Lyana en manos de Robert.

Cuando salió al jardín, el sol había ganado su batalla contra las nubes, el agua se acumulaba en charcos y la hierba mostraba sus brillos de diamante bajo la luz del sol. Se había quitado la armadura y las ropas sucias del viaje, ahora vestía con ropas negras de terciopelo con ribetes dorados, excepto el dragón que adornaba su pecho y la capa, que estaban bordados con hilos rojos. Se había bañado y arreglado con cuidado y había enviado a un sirviente con un venado de plata para averiguar dónde se escondía Lyana Stark. Estaba en el Bosque de los dioses, acompañando con sus lágrimas el agua caída durante el día.
La encontró sentada entre las raíces del árbol corazón, cuyo horrible rostro mostraba el dolor y el horror que había pasado la gente de aquel lugar desde mucho antes de la llegada de los dragones. Tocaba una pequeña lira, arrancando con sus finos dedos unos acordes que llenaban el claro, mientras sus ojos derramaban lágrimas perdidas. Todavía tardó en percatarse de la presencia del príncipe que notó como la ira desaparecía, amansada por la música.
-No deberíais llorar, provocaréis con ello que regrese la lluvia para acompañaros.
La mujer se sobresaltó, pero suspiró aliviada al encontrarse con el príncipe. Sonrió a medias y se limpió los ojos, trató de levantarse para hacer una reverencia. Pero él se lo impidió, cogiéndola del brazo y obligándola a sentarse a su lado, ignorando el barro que ahora manchaba sus ropas.
-No paréis, por favor-dijo señalando su instrumento, ella obediente, comenzó a tocar una cancioncilla fácil.
-Lo siento, estoy empezando.
-A mí me gusta.

LYANA STARK
Al cabo de un rato de incómodo silencio, sus ojos hinchados por las lágrimas se atrevieron a mirarle, había cerrado los ojos, como si realmente estuviera disfrutando la música. Los dedos le dolían, para no parar y poder olvidarlos le dijo:
-¿No me preguntáis por qué?
-La respuesta es obvia-le contestó el dragón- por tanto no deseo importunaros. Os gusta vuestro futuro marido tanto como a mí.
-Cersei me llevó el otro día a ver uno de sus bastardos y me dijo que en  Bastión de Tormentas hay más, muchos más. Pero no debería hablar tanto, si no aceptarlo con honor.
-¿Qué hay de honor en él?- respondió Rhaegar abriendo los ojos y clavando su mirada en los de ella- Solo furia.
El silencio regresó, más incómodo que antes, su sola presencia provocaba estremecimientos en el pequeño cuerpo de la mujer Stark. Se preguntaba que deseaba Rhaegar y si su presencia era tan inocente como parecía.
-Vuestros hermanos hablan de honor y lealtad y no se llenan la boca con ellos como otros caballeros, los cumplen y los sirven. Los reyes del norte-se quedó momentáneamente callado, con la mirada fija puesta en el bosque- fríos como el hielo, pero con entereza. Merecéis algo mejor, Lyana.
-¿Como qué?
-Cualquier vasallo menor de vuestro padre, quizás su dote no sea tan buena como la de Lord Baratheon pero os llevará por encima de las nubes. Incluso si queréis puedo buscaros yo uno… tengo algunos vasallos jóvenes y apuestos que estarían deseosos de serviros, por ejemplo Jaime Lannister, futuro señor de Roca Casterly.
Ella se llevó la mano a la boca y rió suavemente, dejando de tocar inmediatamente, como si algo en todo aquello le pareciera divertido. Pero dejó de sonreír en cuánto Rhaegar pronunció las siguientes palabras, acariciando con su dedo índice los labios de Lyana:
-Veniros conmigo a Dorne. En la Torre de la Alegría jamás volveréis a llorar.

RHAEGAR TARGARYEN

Los días habían pasado veloces como el viento, como el caballo del príncipe del reino, que cabalgaba millas a medida que el dragón devoraba a sus contrincantes en el torneo. Uno a uno todos los contendientes fueron rindiéndose frente a la fiereza de Rhaegar que parecía disfrutar de la sangre que vertía sobre los campos donde se celebraban las justas.
El último contrincante le observó con atención mientras los escuderos le preparaban las armas, su tamaño era imponente, al igual que su casco: unos cuernos de ciervo largos y puntiagudos, como la punta de su lanza. En la sobrevesta: un ciervo rampante sobre campo amarillo.
Robert Baratheon y Rhaegar Targaryen se encontraron en la final bajo la lluvia que volvía a caer sobre el acantilado como un preludio de lo que sucedería un año después. Ciervo contra dragón, fuego contra tierra, sangre contra furia. El amor de los dos por una misma persona encontrados bajo la cascada de agua.
El fuego del dragón no se apagó cuando galopó hacia él, el grito dirigido a ella fue acallado por un trueno que hizo retumbar la tierra, intentó matarlo, lo intentó, pero los siete dioses fueron clementes y el ciervo quedó tirado en el barro, malherido pero vivo. Pensó en destruirlo, su padre le protegería y quizás las cosas hubieran sido diferentes. Pero en vez de ello se quitó el casco y los cabellos blancos cayeron como una cascada sobre sus hombros. Mojado pero contento se dirigió hacia sus sirvientes que le entregaron una corona de flores y dirigiéndose hacia el palco donde todos los nobles esperaban, se acercó a Lyana y dijo en voz alta:
-Yo os corono, Lyana, Reina de la Belleza y del Amor, para que llevéis ese allí donde vayáis.
El grito de Robert desde el suelo fue su último triunfo….

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