“La muerte trae cambios, al igual que la vida. Morir significa que
has vivido, vivir, que vas a morir algún día. Es parte del mismo todo,
forma parte de todos los seres al igual que comer, dormir y respirar, es
parte del mundo, porque así los guardianes lo han querido.
La muerte los había unido en aquel día frente al cuerpo de su padre, a
los cuatro. Les había obligado a observar por última vez el rostro de
un ser querido que estaba tendido en el suelo de un bosque, rodeados por
desconocidos que lloraban la pérdida al igual que ellos.
Los cuatro hermanos alzaron la cabeza y se miraron. Desde la más
joven, Shira, de piel blanca y marmórea, cabello y ojos plateados y
rostro sereno casi infantil; hasta la más mayor, Náldreith, de mirada
violácea resuelta, enmarcada por cabellos negros con un ligero toque
azulado, cuyos rizos caían sobre su estrecha cadera. Ambas estaban
acompañadas por dos jóvenes feéricos, el mayor de ellos, Ryan, sacaba
una cabeza pelirroja al resto de hermanos, su barba al igual que su
cabeza, estaba tocada ya por las primeras nieves y envolvía a un mentón
ancho y prominente que le daba un aspecto rudo; su hermano Zeyn era muy
diferente a él, delgado, cabellos rizados de color dorado y unos ojos
tan azules que se asemejaban al mismo cielo; sin embargo, lo que más
llamaba la atención quizás, eran dos alas blancas replegadas a su
espalda,
La tierra, el agua, el fuego y el aire, se habían unido para despedir al monarca de Linur en su último viaje.”
Fragmento de “La Creadora de Soles”
Andrea Peña (c)
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