La torre se mantenía en silencio, la única moradora que quedaba la
observó en toda su magnificiencia negra desde abajo y una tristeza
insólita se abrió en su corazón. Había llegado la hora de despedirse, de
decir adiós, de cerrar la puerta y dejar atrás a todos aquellos que
había conocido.
Debía cerrar la herida para siempre y no dejar que se abriera nunca
más, miró atrás hacia la planicie que había habido siempre fuera, la
descubrió como un mundo nuevo y al principio aterrador. Cogió un
mechero, observó los papeles que todavía tenía entre las manos, mientras
una vocecilla en su mente le susurraba: “No lo hagas, eso es lo que
quieren ellos”. Pero lo hizo, los quemó, ignorando las manchas negras
que se derramaban sobre ellos dibujando un río que pronto se agotó….
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